Los Abrazadores modo novela, último capítulo

VII
Casi siempre, después de cada donación, alguno de los cuidadores de los hospitales, hogares geriátricos o de adopción, se le acercaban y le preguntaban cosas. Algunos, tímidamente daban rodeos a su al rededor, como sin decidirse. Otros, directa y efusivamente. A los primeros los aprendió a identificar y les hacía más fácil el camino con una mirada, o acercándose ella, abriéndoles el camino. A los segundos, los recibía con una sonrisa. Todos estaban muy interesados en la ciencia detrás del abrazo, en la formación en emociones que, a través del objeto, ella tenía la oportunidad de compartir. Ahí volvía a pensar en la idea de los talleres. Ella lo tenía medio definido desde un comienzo, pero nunca se había sentado a pensar profundamente en la posibilidad… era un poco arriesgado, difícil de comunicar, ¿a quién podría ofrecerle una formación en emociones? De todas maneras, sin estar muy segura de a dónde la llevaría ese camino, se sentó a pensar en los talleres de Hugger Island. Desde niños tenemos clases de matemáticas y geografía. De historia, hasta de religión y educación física, pero lo que aprendemos sobre las emociones, lo aprendemos solos, a golpe de decepciones, rabietas, tristezas, miedos o depresiones. Ella iba a crear talleres para alimentar, entender y mejorar nuestro aparato emocional, ponerles inteligencia a las emociones. La teoría la tenía clara porque era el desarrollo conceptual de su Isla, pero investigó y desarrolló experimentos para ejercitar el aparato emocional. ¿Cómo manejar la rabia? ¿Cómo el miedo? Obviamente, y como todo lo de Viviana, con rigurosidad científica. No se trata de palabrería o auto ayuda -aunque sí ayuda desde el amor- sino de entender desde la biología qué pasa cuando tenemos miedo, qué cuando tenemos tristeza o ira y desde esa base teórica, desarrollar ejercicios prácticos. Desahogarse, por ejemplo, volcando nuestras frustraciones en un saco de boxeo, en un objeto, no guardándolas haciéndonos más daño.
Hugger Island ha sido un emprendimiento con muchos reconocimientos. La idea es exitosa, enamora y, además, la rigurosidad de Viviana y su formación como investigadora presentan todo el soporte detrás de la idea para justificar sus proyectos y ganar concursos por aquí y por allá. Esos triunfos han sido un gran impulso para desarrollar canales de venta y conseguir redes de contactos. A través de Ruta N, por ejemplo, tuvieron contacto con el Laboratorio de Innovación Social de la ciudad y con el programa Buen Comienzo. A través de ellos con la Corporación Mundial de la Mujer. Han contactado también juntas directivas
de empresas o de las fundaciones de grandes compañías. Fue a través de uno de esos contactos que llegaron a Construcciones El Cóndor, un gran constructor y concesionario de infraestructura. La primera vez, les vendieron Abrazadores. 300 unidades, una cifra que para ellos era récord en el momento, pero que fue también una oportunidad de construir, a través de esa compra, una estrecha relación que llevó a una gran oportunidad.
Viviana estaba más nerviosa que de costumbre. Ella no lo aparenta, porque en su emprendimiento debe ser muy sociable, hablar en público, explicarles sus ideas a grupos grandes, pero en realidad ella es tímida. Su personalidad digamos, de fábrica, no es como la que vemos cuando sube a un escenario para contarle a alumnos de posgrado el camino de Hugger Island, no, es la de una mujer reservada y tranquila. Ese día, la personalidad “de fábrica” de Viviana estaba aplastando a la de la emprendedora, porque debía exponerle a un grupo de personas de una junta directiva, por qué era una buena idea invertir en sus Emocionatecas. Los talleres habían sido muy exitosos y los pudo impartir a grupos de personas muy variados, desde profesores de colegio, hasta grupos de empleados de compañías de la ciudad. En medio de los talleres, desarrolló algunos objetos que le ayudan a la parte práctica y a partir de esos objetos, se le ocurrió hacer espacios completos propicios para la educación emocional.
En el calor del medio día, tienen el primer descanso. Las sesiones comenzaron en la mañana, muy temprano, para huirle al sol y al bochorno propio de la región Caribe colombiana. La funcionaria de la Fundación el Cóndor siente que su cuerpo se ha quedado sin defensas ante el calor y comienza a refrigerarse con gotas de sudor que caen lentamente por su piel. La mañana ha sido muy productiva y durante el almuerzo tiene la oportunidad de oír a los profesores hablar entre ellos, diciendo cosas como: sí, uno sí sabía, o se imaginaba todo eso, tantos años dando clases y los niños maltratados o con problemas en la casa se notan, tímidos, alejados de los demás, con baja autoestima, enfermos. ¡Claro, no joda! Si es que toda esa vaina emocional afecta la misma salud, ¡qué impresión! Hasta el cerebro de los niños se afecta físicamente, hermano. Bien interesante la charla, yo temas así sólo había tratado en la iglesia, nadie le habla a uno de las emociones. Bien raro que nos pareció a todos eso de Emocionatecas, pero para que vea que yo estoy convencido y no veo la hora de tener las primeras sesiones. Algo así, más o menos, los oía decir. El Cóndor creyó en Viviana porque desde que le compraron los primeros Abrazadores hasta ese día, habían desarrollado una relación de confianza mutua muy especial. El proyecto hacía parte de sus políticas de responsabilidad social en los territorios donde tenía influencia la empresa. Viviana los convenció, a pesar de sus nervios, con la seguridad que le daba todo el soporte científico de su propuesta. Espacios que mejoran el aprendizaje a partir de la inteligencia emocional. Herramientas para aprender a leer, escribir, fortalecer el pensamiento lógico matemático y aprender que hacer con el miedo o la rabia. Quizá también fueron los Abrazadores que le compraron la primera vez, sentir el efecto beneficioso de un objeto cargado de sentido. Como esa, completaron la entrega de 8 Emocionatecas más en la región Caribe y en todas, los comentarios eran positivos. Fue una apuesta arriesgada, sin duda, pero para la funcionaria de El Cóndor, absolutamente exitosa. De tanto asistir a las formaciones, había aplicado en su vida todo lo que había podido oír en las charlas, ahora
racionalizaba más sus rabias, sabía manejarlas mejor con la respiración, apretaba las manos, no se trataba de carreta barata, eran verdaderos trucos fisiológicos para entrenar el aparato emocional.
VIII
Esta no es una historia de iluminación, ni mucho menos religiosa, es la historia de una emprendedora social. De Viviana Otálvaro, creadora de Hugger Island. Sin embargo, como explicamos al comienzo, la vida y el emprendimiento de Viviana están profundamente relacionadas con sus viajes y las geografías, ambientes y personas que conoce en ellos. En Argentina surgió Lentejita. La Isla de los abrazos es eso, una isla, una ínsula, un lugar geográfico. Los Abrazadores nos enseñan cada uno desde su origen y su ambiente: MACU desde las montañas, BONGA desde el bosque mágico, TOLLO desde la jungla de flores y CUMBIA desde el mar. Los viajes por Suramérica, estadías en Alemania, San Francisco, entre otros, que han alimentado su espíritu, su proyecto y su mente. Pero este viaje, que nos trae a la India, a un bosque remoto apartado de toda civilización, este, es un viaje trascendental, porque de golpe, todo el conocimiento, toda la experiencia y todos los años de búsqueda convergieron y se aclararon.
La nieve cae en Dharamsala suavemente, como perdonando la superficie de todo lo que toca, acariciándolo. Como si la calma de los pobladores de esa región de la India, su espiritualidad, afectara también todo lo que ocurre allí. Son cristales congelados delicados que parecen danzar y hacer parte de la utilería de un sueño. Lo había fantaseado desde hacía años: ir a la India a un retiro budista de meditación. La cadena montañosa del Himalaya era un telón de fondo imponente y hermoso. Esa región del norte de la India es la casa temporal del Dalai Lama, que no puede volver al Tíbet por exigirle al gobierno chino la liberación de su país. Ese día, un pequeño mono la despertó un poco más temprano que el amanecer hurgando entre sus cosas. Levantó su cabeza de la almohada y lo vio ahí, tranquilo, ni se inmutó al verla moverse y mirarlo. Ella sí, un poco, no estaba acostumbrada a mañanas tan exóticas, pero terminó sonriendo, contenta de estar donde estaba. Dentro de la ideología budista está prohibido matar, porque esto sería obstaculizar una evolución espiritual, la vida budista debe ser absolutamente inofensiva, por eso los animales, insectos o mamíferos pequeños y grandes, aves, y la naturaleza misma, estaba completamente en armonía con ese enclave humano.
Para llegar allí tuvo que aplicar y ser aceptada. Tan solo 50 personas de todo el mundo tenían el privilegio de vivir esa experiencia durante los quince días del comienzo del año budista. Recorrió 18 horas en bus desde Delhi, donde había visitado a su roommate de Alemania, con quien había pasado varios días en una travesía que las inundó de paisajes y ensoñaciones, pero también de un gran cansancio que se difuminó casi completamente al llegar a ese enclave espiritual. Era una época especial, porque para quienes practican la religión budista, los primeros diez días del año son de gran importancia y anuncian cómo será el resto de la anualidad. El retiro era de silencio parcial, se podían ver con otras personas, hacer gestos, pero nunca hablar. Los únicos que hablaban eran los maestros de
meditación y de filosofía budista. Las tareas, como barrer, limpiar el recinto o los baños, eran parte del aprendizaje y se alternaban con sesiones de meditación profundas y momentos de enseñanzas teóricas.
En la creencia que dirige espiritualmente el Dalai Lama el conocimiento es fundamental para la iluminación del espíritu y, a medida que Viviana iba oyendo a sus maestros, en su mente se unían todos sus conocimientos de manera clara y casi imposible para ella hasta el momento. Era como si una selva espesa se hubiera convertido en una llanura tranquila. Como si se hubieran caído los muros que separaban las habitaciones de una casa donde guardaba lo que sabía. Todo quedaba expuesto, a su alcance. Enlazaba a través de esa espiritualidad, sus saberes. Desde lo que había leído de biología, hasta sus últimas lecturas de filosofía, que aplicaban la mecánica de sistemas de la física a la vida humana, hasta el diseño y la ingeniería. Pudo tener, por fin, la claridad de un estanque de aguas diáfanas, para concluir que el desarrollo a escala humana es posible, que las necesidades humanas en forma de pirámide, como se las habían enseñado alguna vez, de acuerdo a las teorías de Maslow, implicaban desigualdades y confundían satisfactores con verdaderas necesidades. Un desarrollo responsable, que no implique consumo excesivo, con producción local, que genere progreso para las mujeres cabeza de hogar, impactando positivamente la comunidad, un producto que sea una excusa para educar, para entender nuestras emociones. Las necesidades de Max Neef, que había podido estudiar como investigadora se le presentaban mucho más claras y sensatas: subsistencia protección, afecto, comprensión, participación, recreación, creación, identidad y libertad. Necesidades finitas, clasificables y universales, en contraposición a la creación infinita de necesidades del otro modelo. Ella estaba en el equipo de Max Neef, definitivamente.
La biónica y todos los conocimientos de fisiología adquirieron un sentido profundo: en la espiritualidad budista, conocer el funcionamiento del cerebro humano es clave y, por eso, en medio de una nevada que blanqueó todo a su alrededor, en un momento de placidez y tranquilidad, mientras meditaba, se le ocurrió: ¡El aparato emocional! Y a través de ese concepto, surgieron las metodologías y principales ideas para hacer los talleres de Hugger Island, su emprendimiento social, que esperaba en Colombia con buenas noticias, porque mientras estaba en la primera parte de su viaje a India, visitando a una amiga que había conocido en Alemania, recibió un mensaje a través de Instagram de una ejecutiva de televisión que le proponía una cita para discutir su presencia en el programa Shark Tank.
IX
La llegada fue delirante. Como si de repente hubiera entrado al velódromo y tuviera que girar en su bicicleta a toda velocidad, sin parar de pedalear para no caer sobre el peralte. Y eso, después de haber estado en un viaje de calma, ser casi una sola con la naturaleza. Así regresaba a la vida frenética. Cuando recogía la maleta de la banda de entrega de equipajes y encendía el celular para avisar que ya había llegado, encontró un mensaje de la ejecutiva que le había escrito en India. Buena ejecutiva, pensó, hacía dos meses le había dicho el día de su regreso y justo en ese momento le llegaba el mensaje. ¿Ya
llegaste? En fin, la vida que había dejado en pausa para cultivar su espíritu, se reiniciaba veloz. Entonces, Viviana, ¿estás interesada? Tu proyecto es muy atractivo para el programa y bueno, aunque el proceso de selección es largo, queremos que comiences lo antes posible porque las grabaciones comienzan muy pronto. Algo así le dijo al otro día, cuando pudieron hablar.
Y era cierto: el proceso era largo. Lo primero fue un cuestionario que respondió sin entender mucho las preguntas que le hicieron. Al parecer los nervios no fueron obstáculo y pasó a la siguiente prueba, una entrevista aún más tediosa y más larga, esta vez fueron 35 preguntas. En los intermedios entre cada fase de selección, que podían ser de unas pocas horas, días o semanas, la ansiedad de saber cómo le había ido era tremenda. Pero sobre todo Santiago, su hermano, prácticamente se comía las uñas, porque el programa le encantaba y entendía el tamaño de la oportunidad que tenían. La siguiente prueba fue hablar con los productores en Colombia y finalmente con los productores de México. La etapa final. La ansiedad estaba a tope, seguramente cometió errores, contestó atropelladamente, las manos le sudaban, a pesar de tener clara su idea de negocio completamente, hay rincones que posiblemente no ha visitado en un tiempo, que no están “frescos”. Después, la espera. Santiago no podía más.
Pero pasaron. Hugger Island iba a estar en Shark Tank. No sabían muy bien dónde los llevaría ese barco, pero en ese barco partieron. El día de la grabación del capítulo fue el más tensionante, la sesión de maquillaje, el vestuario, organizar en su cabeza tantas cosas. La exposición en un medio tan poderoso como la televisión. Era un tanque de tiburones y ella estaba saltando allí voluntariamente. ¿Estaba loca? Pero no, no lo estaba. Estaba, eso sí, decidida a avanzar con su emprendimiento, convencida de su utilidad para la sociedad. Cuando vio el set decorado con sus Abrazadores, la marca expuesta y todo dispuesto para enfrentar los tiburones, se sintió más como Jaques Cousteau, que como una víctima más de esos escualos. Al salir, la felicidad de haber logrado conseguir un inversionista, Alejandra Torres, la única mujer del grupo.
La grabación del capítulo fue en mayo y, la emisión, en septiembre. Esos casi cuatro meses fueron quizá los más duros para el emprendimiento y la emprendedora. Ya cuatro años y ella no se había podido pagar el primer sueldo. Todos sus ahorros, casi todo su tiempo y recursos, los había invertido en su isla hermosa, pero los servicios, la casa, la comida, no se pagan con ideas hermosas, se pagan en metálico y sin crédito. Eso les dijo a las costureras cuando las reunió para despedirlas. Eran ocho mujeres cabeza de familia que gracias a Hugger Island habían podido mejorar sus condiciones de vida, pero que, en la última producción, habían vuelto a los niveles de baja calidad del comienzo, cuando casi la mitad de la producción estaba mal, o tenía desperfectos. Ellas la oyeron en calma, entendieron lo que les reclamaba Viviana, le dieron ánimo y le agradecieron mucho el trabajo que les había dado. Se quedó solo con una de las costureras vinculada a tiempo completo. Fueron momentos muy duros en los que, como hacía años, se decía lo mismo: “espera, ya casi”, pero esa voz después de tanto tiempo ya le desesperaba, ese “casi” no se veía cerca. Ella misma necesitaba controlar mejor su aparato emocional, necesitaba un
abrazo. La emisión del capítulo fue el impulso, la fuerza de rebote necesaria para salir de ese pozo en el que había caído. Porque es claro, y cualquiera que haya emprendido lo sabe, que el camino no es recto ni plano. Está lleno de baches, de tramos rápidos, pero también lentos, cuestas enormes y caídas al vacío.
Consiguieron más de dos mil seguidores en Instagram, la gente los comenzó a contactar a través de redes sociales para contarles historias hermosas de los Abrazadores. Había personas interesadas en distribuir los productos en México y Perú. El cierre de año fue mucho mejor y en venta directa, lograron comercializar 5.000 unidades. Y para terminar el segundo semestre con broche de oro: se ganaron el premio del Fondo Emprender y el año que vendría, sí o sí, se iba a pagar el primer sueldo producto de su emprendimiento. Pero, como nada en esta historia llega fácilmente, el 2020 vino cargado con un elemento sorpresa que cambió todo: el COVID-19.
X
El primer sueldo se lo pagó a mediados del año. En marzo decretaron la primera cuarentena. En febrero le enviaron el correo explicándole que por “la contingencia” producida por el virus, en capital del Fondo Emprender no le iba a llegar en el cronograma especificado. Entonces, querido lector atento y quisquilloso, ¿cómo así que a mitad de año le llegó el primer sueldo a nuestra emprendedora? ¿Ah? ¿El Fondo Emprender adelantó el desembolso?
R:/. No.
¿Entonces?
R:/. Fácil, vendiendo.
Cuando llegó, la enfermedad respiratoria de Wuhan tomó a Viviana en estado de alerta. Animada y fuerte. Así mismo lo asumió: no nos vamos a dejar arrastrar. No. España estaba en su peor momento, Italia sufría, había una sensación de tragedia inminente, y aun así, ella decidió que quizá otras tormentas le hubieran pegado más fuerte a su pequeña isla, que huracanes tropicales estuvieron a punto de destruir todo y forzarla a reconstruir, pero que este en particular lo iban a enfrentar y aguantar con toda.
Comenzó por enviar un correo a todas las personas que les habían comprado hasta ese momento. Un correo para apoyarlos e invitarlos a estar optimistas ante las dificultades. Pero también, para ofrecer los servicios de Hugger Island. Comenzaba una época agitada en la que casi a la par que nuestra salud -comprometida por un virus muy contagioso y dañino para el sistema respiratorio- estaba en juego el bienestar anímico, y como ya hemos explicado aquí antes, la conexión entre lo emocional y lo físico ponía a todos en mayor riesgo. El primer pedido llegó por medio de esa iniciativa. Con algo de dinero de ese pedido compró algunos mercados básicos y se los mandó a las tejedoras, que estaban sin trabajo en medio de la desaceleración económica y el cierre obligatorio para mitigar los efectos del virus. Después comenzó a reaccionar Instagram. El voz a voz, Shark Tank, no es claro cómo,
pero ese canal y Facebook estallaron. Cifras que nunca había visto. El Abrazador, como lo supo ella desde el primer Lentejita, funcionaba, era una solución para épocas de miedo y estrés como las que el COVID trajo consigo. Con el Abrazador, el miedo se convertía en alegría. El canal empresarial también repuntó como nunca. Una compañía la contactó para producir 400 unidades que serían repartidas entre los empleados que se contagiaran del virus. Así, casi como unos bomberos emocionales, Hugger comenzó a ayudar aquí y allá a apagar esos fuegos que ardían en una sociedad que siempre se preocupó por otras cosas y que de repente tuvo que mirar forzosamente a otras necesidades antes descuidadas. Para mayo, por fin, llegó el tan esperado sueldo. Y no fue de los fondos de un premio, como esperaba el año anterior, sino producto de estrategias propias y de la efectividad de los Abrazadores y los demás productos, como la capa para combatir el miedo de los trabajadores de la salud y los talleres virtuales. En fin, el 2020, que pintaba ser un año complejo y de sobrevivencia, ha sido su mejor año. Contrató de nuevo a las tejedoras y el compromiso ahora de ellas es total. Sara está tiempo completo y además cuentan con la ayuda de una practicante. La isla está poblada y en máxima alerta para ayudar a todos durante la pandemia.
Mi papá está lejos, vive en Miami desde hace cinco años. Nosotros nos quedamos en Colombia por los niños, aunque tenemos ciudadanía. No queríamos interrumpirles el colegio y mi marido tiene su empresa aquí. Además, era como una disculpa para estar viajando a esa ciudad que nos encanta. Visitar a mi papá. Pero llegó el virus… y cerraron las fronteras y bueno, ya sabes. Entonces pensé en los Abrazadores. Los había visto en Instagram y una amiga había comprado uno. Pedí el mío y lo empaqué lo más bonito que pude para enviárselo a papá. Le llegó muy rápido, lo envié por FedEx. Después, y sin que nadie lo esperara, él se enfermó. No tengo idea donde pudo contagiarse, él era tan juicioso, tan precavido. Pero también era diabético. En fin, no pudimos estar con él. Fue todo muy rápido, el daño pulmonar era irreversible. Yo aún no me recupero, mis hijos tampoco. Pero si hay algo que me dé un poco de consuelo es que la enfermera que lo cuidó cuando se fue, nos dijo que estaba tranquilo y no soltó ni un momento el Abrazador.
Mi esposo es médico intensivista. Está en el frente de batalla. Como nuestra hija acaba de nacer, no queremos correr el riesgo de que contraiga una enfermedad respiratoria y, por eso, él está viviendo en un hotel. Nos hace mucha falta todos los días. Su ausencia es dolorosa, muchas veces he llorado toda la noche. Desde que alguien me regaló el Abrazador, estoy mucho más tranquila. A mi esposo le hice llegar otro y ahora siento que cada noche compartimos un abrazo como los de antes, cuando podíamos estar cerca. Historias como esas trajo consigo el virus. Les escribían por las redes sociales o les mandaban audios y videos. La pandemia y los cambios que vinieron con ella han sido la oportunidad perfecta para que MACU, CUMBIA, BONGA Y TOLLO salgan de su isla a enseñarnos el poder de un abrazo, el poder de estar juntos, ahora que estamos lejos.
Con el COVID también tuvo la oportunidad de que su historia llegara a más personas, sin moverse de su casa. Ha tenido la oportunidad de contar su historia virtualmente a estudiantes de maestría de universidades como la Federico Santamaría, en Chile; la USIL,
en Perú; la UJAT, en México; la Universidad Técnica Particular de Loja, en Ecuador. A pesar de las restricciones de movilidad y vuelos internacionales, ha podido usar las plataformas de video conferencia para llegarles directamente a más y más personas. Hugger Island sigue conquistando geografías y corazones. Porque a través de Viviana y su historia -que apenas comienza- de lucha y perseverancia, de aferrarse a sus principios y a una manera más humana de ver el desarrollo y las necesidades humanas, de educar en cosas que damos por sentado, que creemos manejar muy bien, pero que nos asaltan en la noche o en forma de gastritis o enfermedades más graves, Viviana, que durante cuatro años remó desde su isla sin recompensa, es feliz soñando un sueño universal, abrazando a miles de personas que se enamoran de un proyecto que mira para otro lado, a un aparato que olvidamos muchas veces: nuestro aparato emocional. Por eso, cuando termina sus conferencias virtuales o presenciales -antes del virus-, sus seguidores en redes sociales aumentan, porque este proyecto es amor, pero también enamora. Bienvenidos a la isla, la isla de los abrazos.

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