En diferentes lugares del mundo se celebra el amor el 14 de febrero gracias a la tradición de San Valentín. En nuestra Isla quisimos escribir sobre esta fecha que. al parecer, cada vez es adoptada por más culturas que seguramente se ven beneficiadas por el gran movimiento del mercado que lleva consigo esta celebración. Así que decidimos hacerlo contándoles una historia sobre cómo encontrar tu media naranja y no morir en el intento.
Crecí escuchando que los opuestos se atraen, o que encontraría mi media naranja. Esa otra persona que es a la vez mi reflejo y mi opuesto. Al crecer supe que esa idea viene de una historia del filósofo Platón. Según la cual, la humanidad en algún momento de su historia era una especie de 2 cabezas y 8 extremidades cuyo poder rivalizaba con el de los dioses. Por eso nos separaron en mitades y nos dispersaron por el mundo, para contener el poder que tenemos como seres completos y condenados a buscar.
Suena todo muy lindo, alentador casi. Pero en el fondo me recuerda que toda la vida se me ha enseñado a amar desde la carencia. Crecí escuchando que el amor de pareja me haría completa. Que si no encontraba a mi media naranja, la vida no tendría sentido. Y después de escucharlo e intentarlo tanto, creo que no hay nada de sorprendente en que esa búsqueda se convirtiera más en un motivo de ansiedad que de ilusión o diversión.
El amor que debería ser, según todas las historias, lo más feliz que podía pasarme. Yo lo vivía como una compulsión angustiante. Un estar mirando a todas partes a mi alrededor con la expectativa de que en algún lado estuviese ese único ser ideal para mí, el que haría que la vida valiera la pena. Me entregué al juego de sentirme insuficiente y hacer de todo para retener a un enamorado que me completara. Llegué a sentir la necesidad de tener la mirada del orgullo de mis familiares y amigos por estar en una relación de pareja, porque solo así yo sería valiosa.
Mis posibles mitades…
Si enamorarse implica un camino de sufrimiento e ideales inalcanzables, esa parte de mí que puede observarse desde afuera, no aprendió a amar así, porque falló en todos los intentos. No quise vivir en el amor carente, porque descubrí que disfruto más el amor en el que puedo entregar algo de lo que soy. Porque la entrega voluntaria y libre de expectativas es una forma de expresarme que me resulta muy enriquecedora. Mientras más entrego afecto a quienes me rodean, más descubro en mí misma cualidades que disfruto tener. Más me encuentro con mi fuerza. mi capacidad de dar y recibir, agradecer y empatizar. Y eso no parte de la carencia, sino de reflejar lo que he aprendido en el camino, lo que ya existe en mí, que ignoré por tanto tiempo y que no requieren de nadie que las complete.
Aunque suene cliché, mi pareja ideal, mi media naranja, siempre fui yo misma y cuando me reconocí completa pude empezar a tener relaciones de pareja diferentes…
Pero eso requirió sanar muchas cosas. Sanar sobre todo la carencia que invita a la búsqueda compulsiva de una parte de ti que está allá afuera en algún lugar. Requirió repetir la misma forma de amar en muchas personas no tan diferentes entre sí. que tenían en común eso de ser mis “opuestos complementarios”. Aunque sí eran un espejo, lo que reflejaban realmente era que mis carencias, siendo siempre las mismas, me iban a llevar una y otra vez a repetir un patrón con el mismo tipo de personas, que parecía poder sanarlas, pero a la larga solo las hacía más profundas.
El amor carente es así, de patrones, de repeticiones, de tropezar con la misma piedra una y otra vez hasta que al fin logras ser la amiga que ya se dio cuenta. Y en ese aprendizaje sobre cómo encontrar tu media naranja y no morir en el intento, encontré La Isla. Este lugar lleno de seres que te abrazan mientras te enseñan a abrazarte a ti misma. A amar con límites en el sentido de conservar tu centro sin perderte en el otro. Y no amar solo a la familia o los amigos. sino también expandirlo a los desconocidos, a la naturaleza, a las actividades que haces y a lo que crees. La Isla me enseñó que el amor se expande y no es necesario perder la cabeza o quedarse ciego para poder amar.
Por eso, Abrazador, con toda la fuerza de su corazón, es un gran símbolo para amar bien y sano. Para abrir el corazón a un amor grande que sepa poner límites.