La historia continua… aprender como el amor transforma.

Parte dos, esta historia continua, pasamos de trabajar en empresas de consumo masivo a como, a través de los estudiantes, podemos ver como el amor transforma a las personas. Continuamos con como EAFIT, escribe nuestro caso de emprendimiento a través de Tomás Lopera.

Ella pensó que solo en las películas se veía un salón como el que la recibió esa noche. Ya llevaba un semestre que fue caótico, pero nunca se había enfrentado a un grupo así. Aviones de papel ¿de verdad, aviones de papel? Se preguntaba, pensando en sus grupos de EAFIT, de niños bien peinados y niñas maquilladas, si había tomado la decisión correcta al aceptar esa posición. La clase fue una pesadilla. Papeles mojados volaban al tablero mientras ella escribía, no había conexión. No la respetaban. Después se daría cuenta de que ella tampoco los respetaba a ellos, no los entendía.
Diego, el jefe del programa, estaba tratando de encontrar una función de Excel que le habían enseñado el día anterior. Era ilustrador y diseñador gráfico y había terminado allí después de una larga carrera como profesor en un universidad privada y aún luchaba con esos softwares cuadriculados de administración. Viviana entró en la oficina muy acelerada, a punto de llorar y, sin pedir permiso, se sentó en la silla plástica frente al escritorio de su
jefe. No doy más, Diego. Hoy fue la tapa. Un estudiante levantó uno de los pupitres y lo lanzó contra la pared. Todavía estoy asustada. Él respondió a través de su bozo frondoso. ¿Cómo así Vivi? ¿Una silla? ¿De verdad? ¿Sabés cómo se llama el estudiante? No, Diego, no sé. Uno calvito. El jefe de programa se subió las mangas de un suéter de lana. Vivi, pero, si no sabés cómo se llama, ¿cómo querés que aprenda algo de vos? Para ser profe toca tener buena memoria y más aquí. Los muchachos que tenemos en esta institución tienen casi siempre historias complejas, fueron abandonados y criados por las abuelas, los maltratan todo el tiempo desde que son pequeños, en la casa, en el colegio, en el trabajo, casi nadie les presenta un enfoque diferente. Yo te invito a que intentés eso primero. Hablaron durante horas en una conversación más o menos por esos términos. Diego era un tipo curtido y experimentado. Muy generoso, muy amoroso. Ella fue entendiendo sus errores, fue descubriendo que era ella la que les ofrecía una muralla más.
Un par de semestres después se encontró con el muchacho que estrelló la silla contra la pared y le preguntó que si le aceptaba un café. Él no volvió a clase después del incidente. Posiblemente por vergüenza o rabia de haber tirado la silla, pero también pudo ser porque la mayoría de los estudiantes de su universidad tienen que repartir su tiempo entre familia, trabajo y estudio. No son los típicos muchachos que apenas descubren el mundo, muchos superan los cuarenta años y tienen los obstáculos propios de estudiar y trabajar o lanzarse al reto de estudiar cuando ya se tienen todas las obligaciones propias de una edad más avanzada. Se sentaron y no hablaron del incidente, pero sí de cómo habían cambiado. Él, por fin estaba cerca de obtener el grado profesional, lo que le permitiría tener un mejor salario en la empresa donde trabajaba y donde lo habían convencido de capacitarse. Estaba más cerca de su sueño de toda la vida, tener una casita propia. No había sido fácil y, por los días del incidente, peleaba con su mujer porque ambos estaban cansados y los niños no daban tregua. Viviana le confesó que fue a partir de ese semestre que encontró en un enfoque más cercano, la clave para relacionarse con sus estudiantes. Y es que gracias a ese grupo tan difícil, se volvió mejor profe, pero sobre todo, mejor persona.

III El amor transforma

Felipe Pombo llegó de comer con sus amigos en el Parque de la 93, saludó a Tita, la empleada de su casa en Chicó, uno de los barrios más tradicionales de Bogotá, abrió la nevera, tomó una Coca-cola helada y se fue a su estudio para comenzar a pensar en el proyecto que tenía pendiente. Diseño de una cama plegable. Debía ser barata, replicable y con materiales que se consiguieran en los barrios populares. Tomó su lápiz mecánico y abrió su cuaderno de bosquejos de papel 120gr para comenzar a dibujar. Madera, madera se consigue en cualquier Home Center, un perfil de pino de 30x30mm de 2.4 metros vale $12.000, los tornillos y las tuercas, un colchón barato y un diseño atractivo para dignificar la casa. Tres horas después tenía lista una propuesta de diseño para presentarles a sus compañeros del grupo de investigación.
Carlos Tuberquia se bajó saltando del bus que lo dejaba a varias cuadras del trabajo y mientras avanzaba a pasos acelerados, pensaba en el proyecto. Con las dos manos apretaba
las correas de una mochila que lo acompañaba desde esa hora del amanecer hasta bien entrada la noche. Al llegar a la portería, estiró el rollito de hilo de la escarapela y la pasó por el lector que abrió la compuertita metálica que le permitía entrar a Industrias Alimenticias Noel. Se cambió por la ropa de trabajo y comenzó el turno cinco minutos antes, como era su costumbre. A medio día se comió el almuerzo de la coca, la lavó y sacó diez minutos para pensar y dibujar con un lápiz #2 en una libreta de páginas cuadriculadas verdes, regalo de algún proveedor de la empresa, la solución que había pensado esa mañana. Al terminar el turno, tomó de nuevo un bus para llegar a clases a la universidad, donde compartió con su equipo y con Viviana, la profe que coordinaba el grupo de investigación en Ergonomía Cognitiva, una solución práctica que se podía fabricar con materiales reciclables y que, en total, no costaba más de $3.000 pesos. Una especie de catre plegable de tela reciclada, que le permitiría a él y a dos de sus hermanos no seguir durmiendo en un colchón en el piso. Para Carlos era una convocatoria académica, pero también su realidad. Por eso, cuando ganaron, por encima de universidades como Los Andes, fue muy emocionante. Las propuestas de ellos eran interesantes, pero no entendían el entorno, no habían dormido nunca sobre el piso de tierra en un colchón húmedo ni sabían cuáles materiales estaban o no disponibles. La sensación de Carlos cuando se levantó a recibir el reconocimiento fue de orgullo. En su institución de educación superior le habían dado las herramientas para sobreponerse a una sensación que tuvo presente toda su vida adolescente y adulta: no puedo. No soy capaz. Sí podía, sí era capaz.
A Viviana, el trabajo como profesora le dio también la investigación. Ese grupo de Ergonomía Cognitiva fue una gran experiencia, pero también los cientos de horas de investigación, el acceso y navegación en las bases de datos más importantes, la meticulosidad para desarrollar proyectos para aprobación de los entes estatales. Pero además un día y casi por casualidad, pudo llegar a entender a Lentejita. Sumergida en una lectura profunda buscando elementos para una ponencia académica que venía preparando, encontró un artículo científico que confirmaba algo que ella ya venía sospechando: el afecto mejora las defensas de los niños con cáncer. Un abrazo o una caricia disparan la oxitocina, la hormona del amor y del apego, la hormona que se libera cuando se genera el vínculo madre e hijo durante la lactancia. Etimológicamente abrazar, que es lo que hace Lentejita, es “rodear con los brazos” que es el gesto del amamantar. Vio también que se activa la dopamina y la endorfina, lo que produce que las personas duerman mejor. Combate el cortisol, la hormona del estrés, que a su vez ataca los glóbulos blancos. Cuando hay estrés el sistema inmunológico baja, cuando se siente el amor, o entra la oxitocina, las defensas suben. En situaciones de recuperación de enfermedades graves es fundamental el afecto. Ese artículo fue un estallido enorme en una mente creativa: Lentejita era mucho más que un muñeco de trapo.

III
“No se preocupe, las mariposas siempre pueden volar alrededor de los sueños”
Con esas palabras, escritas con luz en la pantalla de su computador, tomó el impulso que le hacía falta para decidirse. Era la respuesta a un correo que ella les había enviado a sus profesores de doctorado informándoles que se había ganado una beca para estudiar Emprendimiento Social en Alemania. El proyecto de investigación de doctorado consistía en estudiar las superficies estructurales en las alas de las mariposas iridiscentes, por eso la hermosa frase del profe inspirado. La docencia la estaba desgastando más de la cuenta. No por las horas de clase o los estudiantes; por ese lado, todo estaba bien. Había aprendido que el afecto es la herramienta más útil para acercarse a sus alumnos, que no había que erigir muros, sino tender puentes. Pero Diego Mesa, su mentor y jefe ya no estaba más. Sorpresivamente dejó el planeta en un solo trazo de sus lápices de colores. Eso lo cambió todo para ella. Ya no se sentía en casa. No encontró conexión con su nuevo jefe y se comenzó a sentir un aroma a política que no le cuadraba con la academia. Aplicó a la beca en Alemania sin esperar ganarla. Eran 21 plazas y la convocatoria era mundial. ¿Cuántas personas se podrían presentar? Cientos, por lo menos. Pero un día llegó el correo electrónico y eso lo cambió todo. Por eso decidió contarles a sus profesores que tenía esa oportunidad. Quería extender sus propias alas iridiscentes.
El 31 de diciembre de un complejo 2015 Viviana empacó juiciosa su ropa más abrigada, algunos elementos de aseo -los demás era mejor comprarlos al llegar-, sus libros más importantes y tres ideas: una varita mágica para enfermos de alzhéimer, un juego para enseñarles a los niños sordos a leer y a escribir y, claro, Lentejita, que ya no era solo el muñeco de trapo relleno, sino un concepto mucho más profundo. Era un abrazo, afecto, emoción. El último día de uno de los años más difíciles de su vida, un año con cambios en el trabajo y a nivel personal, que hacían que no la pasara bien: amores, desamores, caos, se subió a un avión y dejó atrás todo lo que la tenía mal y se enfocó en sus sueños. Al montarse en la aeronave, ella comenzaba un viaje que la llevaría mucho más lejos que su destino final: Alemania. No lo sabía en ese momento, pero ese era el primer paso para consolidar una idea que nació con Lentejita, pero que tendría una profundidad y una importancia esencial en su vida y en la de cientos de personas -¿miles?, ¿millones pronto?- No sería nada fácil pasar casi cuatro años sin pagarse ni un salario. Mientras se cubría con la manta delgada que entregan en los aviones, no sospechaba que de ahí en adelante le esperaba un camino excitante, pero empinado. Porque si emprender en cualquier campo es un acto heroico, en el campo del emprendimiento social es titánico.
Regresó en marzo a Colombia en otro estado mental y físico. Cuando se fue, llevaba semanas durmiendo mal, reflejando el caos emocional que tenía en su cuerpo, en su vida. Al volver, estaba renovada y lista para hacer realidad su proyecto. Lentijita, que en Alemania había cambiado de nombre por Abrazador o Hugger, volvía en su maleta preparado para conquistar el mundo con un arma que ya le había dado resultado a Viviana antes: el afecto. Para ella fue increíble ver cómo sus compañeros de todas partes del mundo se peleaban para llevarse el Abrazador cada noche, un abrazo es transversal a las culturas, tiene origen en ese primer momento de amor, de lactancia, de afecto entre madre e hijo, rodear con las manos. Esos días en Alemania fueron el invierno más caluroso de su vida. Se sentía renovada entre sus 20 compañeros, todos más jóvenes que ella. Eran sesiones largas que comenzaban muy temprano. Se levantaba a las seis de la mañana sin problema, tenía otra energía. La mitad del tiempo trabajaban en proyectos con empresas en temas diferentes a la concepción de “social” que tenemos en Latinoamérica. Aquí, lo “social” tiene que ver casi siempre con lo asistencial, con las ayudas a quienes lo necesiten. En el primer mundo se refiere a su definición más simple, lo que tiene que ver con la sociedad en general, entonces eran proyectos que se enfocaban en conocer el comportamiento de los consumidores para venderles mejor. A pesar de todo, varios profesores se enamoraron del proyecto y uno en particular, diseñador gráfico, le ofreció ayudarle a conceptualizar la marca.

Continuaremos contando esta historia para entender como el amor transforma.

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